Juan M. Moro*
Maurizio VITTA
Maurizio VITTA, “Juan Martínez Moro”, l´ARCA. The international magazine of architecture, design and visual communication, Milano, February 2006, pp. 80-85 La obra de Juan Martínez Moro está encaminada a despertar interrogantes más que a procurar respuestas, a suscitar inquietud más que a amansar el ánimo con su intrínseca belleza. Se puede decir que esto es básicamente debido, en primer lugar, a la infatigable investigación que desde hace años dedica Moro al arte gráfico, desde los intensos aguafuertes de su primera etapa, pasando por un subsiguiente episodio de experimentación objetual, antes de llegar a sus últimos resultados, en los cuales las técnicas tradicionales de grabado son confrontadas a la par con aquellas otras fotográficas y digitales tecnológicamente más avanzadas. Aunque sólo podremos clarificar las premisas conceptuales del trabajo de este artista de Santander atendiendo también a su formación filosófica, sus estudios de estética e historia del arte, y sus reflexiones y pensamiento sobre el status de la imagen. La investigación de Moro se desarrolla en dos diferentes aunque interactivos frentes, gracias a los cuales los cánones de la razón ordenada terminan por identificarse con aquellos otros de la pura sensibilidad. El equilibrio que se deriva de esto no puede sino revelarse inestable: parece atrapar por un instante la verdad de las cosas, iluminándolas de una luz imprevista, para súbitamente precipitarse en la incertidumbre, en la contradicción, en la fragmentación del fenómeno.
La relación entre arte y conocimiento es por lo demás una unidad en las claves del trabajo de Moro, cuestión que afronta en su núcleo más profundo, desarrollándola en sus infinitas facetas para hacer del arte gráfico no un objeto para el análisis crítico o un sujeto portador de significados absolutos, sino un auténtico atractor de todo tipo de tensiones constantemente activadas por la estrecha coincidencia entre pensamiento y percepción, proyecto e intuición. La complejidad de su obra es, en este sentido, el resultado de dicha forma de aproximación, no su premisa. Ni es una prueba el cerrado trenzado entre contemporaneidad y tradición que el empleo de técnicas y materiales, tanto antiguas como novísimas, queda traducido en artefactos de múltiples tangencias con la historia del arte, soterradas bajo el plano lingüístico.
Ello da lugar a estas imágenes tortuosas y laberínticas, en las cuales la realidad se despliega no como un artificio de difracción, lo que las reduciría a ser un mero juego de perspectiva, sino, más bien, como un lúcido reflejo de lo que es su íntima multiplicidad. No por nada los protagonistas de estas imágenes son aquellos objetos más comunes, elementos arquitectónicos, muebles o árboles, todo ello “cosas” de nuestro vivir cotidiano, preparadas para emerger de su modesto y anónimo estado, descomponiéndose y recomponiéndose incesantemente ante nuestros ojos, cual enigmas sin solución de continuidad. En relación a este desconcertante punto de vista en continuo movimiento se puede reconocer la lección del surrealismo y, especialmente, la de Magritte. Pero Moro va más allá ampliándola con la sublime ambigüedad del arte barroco —evocada en su obra reciente, con el explícito reclamo del “pliegue”—, por otra parte, una clave de interpretación más que plenamente moderna. En este sentido, la reflexión artística se vuelca en filosófica, y el mundo del arte se torna una vez más como el ”mundo de la vida”, en el que el pensamiento fenomenológico nos revela su elocuente indeterminación. Pero en estos últimos trabajos de Juan Moro se intuye una ulterior apertura, una espiral que revela mayores posibilidades. Aquí, verdaderamente, la atención parece desplazarse imperceptiblemente desde una imagen volumétrica de los objetos, hacia lo que es su propia condición de espacialidad: en el desplegamiento de las “cosas”, el espacio —que no es ya aquél pictórico de sus primeros grabados, ni aquel otro geométrico de sus obras posteriores— renuncia a los valores euclídeos de la homogeneidad y la mensurabilidad para esparcirse en todas las direcciones, en una plenitud que disuelve cualquier sentido de fisionomía estable. En este punto, así pues, la obra de Moro cose pacientemente el legado de la historia con el futuro: el espacio de la ciencia, de la arquitectura y de la sociedad de nuestro tiempo se presenta precisamente como una figura proyectada del caos primigenio, que en sus imágenes encuentran por un instante una forma inteligible.
English version.
Juan Martínez Moro´s work will inevitably pose more questions than provide answers. Its intrinsic beauty is destined to be more disturbing than heart-warming. It will be claimed that this is basically due to Moro´s years of relentless experimentation into the art of graphics, moving on from the intense aquatints of his early period to subsequent research into objetcs before eventually achieving his latest results, in which conventional etching techniques are matched up against cutting-edge digital and photographic methods. But we can only really clarify the conceptual groundings of this artist from Santander if we first look at his philosophical background, his studies into aesthetics and the history of art, and his thoughts about the status of image.
Moro´s research is actually carried out on two different but interacting fronts, thanks to which the canons of organising reason end up indetifying with those of pure sensibility. The resulting balance inevitably turns out to be unstable: for a second it grasps the truth of things, briefly lighting it up before suddenly descending into the depths of uncertainty, contradiction and fragmentation of phenomena.
How art and knowledge are related is actually one of the keys to Moro´s work, studied in its deepest core, setting it out in all its endless facets and making graphic art not so much and object of critical analysis or the bearer of absolute meanings, but an attractor of all kinds of tensión constantly activated by the way thought and perception, design and intuition, coincide. The complexity of his works is, therefore, the result of this approach, not its premise. This is proved by the weave of modernity and tradition, which the use of both very old and recent materials translates into artefacts and which all the tangents with the history of art underline on a stylistic level.
This produces these twisting, maze-like images in which reality does not unfold in the artifice of refraction, which would reduce it to a mere play of perspective, but rather in a clear mirroring of its own multiplicity.
This also explains why his work mainly features ordinary objects, architectural features, pieces of furniture, trees and “things” from our everyday live, which are all ready to come out of the background, incessantly decomposing and then recomposing before our very eyes, like puzzles with endless solutions.
On the face of the things, this constantly moving and disconcerting point of view might appear to evoke surrealism and, above all, Magritte´s work. But Moro goes even further and actually ventures into the sublime ambiguity of Baroque art —evoked in recent works by an explicit reference to “folds”— a more than modern-day key of interpretation. In this way artistic thinking flows over into philosophical thought, and the art world is once again a “living world” in which phenomenological thinking has revealed eloquent indeterminacy.
But these very latest works by Juan Moro actually open up even further to reveal even greater possibilities. Here, indeed, attention seems imperceptibly to move on from a volumetric images of objects to their spatial features: as “things” unfold, space —which is no longer the pictorial space of his early etchings, nor the geometric space of later works— abandons the Euclidean values of homogeneity and commensurability to spread out in all directions in a fullness that dissolves any sense of stable physiognomy. Here again Moro´s work patiently stitches back together the bonds between history and the future: the space of science, architecture and modern-day society takes on the design figure of primeval chaos, which, at least for a moment, finds intelligible form in its images.