2004 La Ilustración como categoría

Un teoría unificada sobre arte y conocimiento.

Gjón, Ediciones Trea, 2004, 240 pp.
ISBN: 84-9704-122-4

Un teoría unificada sobre arte y conocimiento.

Gjón, Ediciones Trea, 2004, 240 pp.
ISBN: 84-9704-122-4

Juan Martínez Moro: La ilustración como categoría.

Una teoría unificada sobre arte y conocimiento. Gijón, Trea, 2004. 246 pp., con ilustraciones.

Proporciona Titus Burckhardt una explicación del aniconismo islámico que siempre me ha fascinado y que, por contraste, ayuda a comprender el iconismo cristiano. Tiene que ver con el tipo de lengua sagrada con el que se expresa cada uno de los dos credos: el Árabe forma las palabras a partir de raíces verbales, y los verbos comunican al cerebro acciones; el Latín forma las palabras con raíces nominales, y lo que los sustantivos evocan son primordialmente objetos, o sea, imágenes. Así pues, la cultura latina, cristiana o no, estaba «condenada» a ser icónica ab origine, pero esas imágenes no evolucionaron de manera unívoca sino que tomaron dos caminos divergentes. Uno, el más conocido, gravitaba sobre la forma, y fue el que se fijó como meta la imitación de la naturaleza hasta engañar al ojo, el que gozó de mayor favor entre las conocidas como bellas artes, el del «arte por el arte», el que sólo las vanguardias del siglo XX fueron capaces de obstruir. El otro camino giraba en torno a los contenidos y buscaba lo contrario, la huida del natural, la simplificación, la reducción de las formas a esquemas lineales y geométricos; era el equivalente plástico al Latín hablado (el sermo vulgaris, el no literario), el vehículo adoptado por los últimos emperadores romanos y por el Cristianismo primitivo y medieval para comunicar de la manera más clara posible y a todo tipo de público. El arte del Renacimiento no renegó de la religión, pero la transmisión de información fue perdiendo importancia en beneficio de la estimulación de sentimientos más y menos piadosos. No pensemos que la antigua plástica plebeya, la del mensaje, desapareció con la Edad Moderna. Sólo se transformó: su función pasó a ser desempeñada por la imagen producida por un invento revolucionario llamado imprenta, por la estampa, ese arte que sus hermanas se empeñaron en calificar no como bella sino como menor o industrial. Es en este punto en el que encaja, por contenido y por intención, el libro de Juan Martínez Moro al que se refiere esta reseña.

Como reza el subtítulo, lo que contiene es Una teoría unificada sobre arte y conocimiento. Parte de la base de que el lugar en el que se produce el encuentro más íntimo entre la expresión artística y el conocimiento es la ilustración gráfica. La toma de conciencia de esa realidad presupone un punto de vista que se aleja de la tradición «beaux-artiana» extendida en los países mediterráneos, la autocomplaciente de la obra de arte como fin en sí mismo, y que sintoniza plenamente con la pragmática tradición «arts-and-craftiana» del horizonte anglosajón, la de la obra de arte como medio para alcanzar un fin, la transmisión de conocimiento en este caso. El libro cuenta de entrada, pues, con el mérito de transitar por una senda apenas hollada entre nosotros.

El detonante para la apertura del discurso no podía estar mejor elegido: la cultura científica de la Edad Moderna, del siglo XVII muy en particular. Es en el paraíso de los novatores barrocos donde alcanza un primer cielo el revolucionario espíritu que sancionó la desvinculación de la representación visual respecto de la servidumbre que suponía el tener que emular la realidad naturalista. Así, por las páginas del libro asoman algunas de las estampas que ilustraron tratados científicos (Kepler, Burnet), también políticos (Hobbes). No podían faltar el visionario polígrafo Athanasius Kircher ni su reflejo especular hispánico, el genial Juan Caramuel; tampoco, los exponentes de una de las formas visuales más sintéticas y características del universo humanista y especialmente barroco, los emblemas, primero a la manera de Andrea Alciato, luego a la de Juan de Saavedra Fajardo. Ni que decir tiene que el análisis no repara en cuestiones formales ni técnicas: esas ilustraciones lo son de diferentes modos de aprehender y entender la Naturaleza (neoplatónica, cartesiana).

La segunda parte del libro proyecta un análisis análogo sobre el siglo XX, concretamente, sobre lo ocurrido a partir de los últimos años sesenta. Es ahí, en el paraíso de los medios de masas (incluidos los más contemporáneos recursos digitales), donde la ilustración, la comunicación visual, ha alcanzado un segundo cielo, y es a éste al que pertenece el propio autor. Porque Juan Martínez Moro, además de artífice de éste y otros estudios sobre teoría del grabado (Ilustrar lo sublime, 1996, y Un ensayo sobre grabado, 1998), es un artista grabador de muy reconocido prestigio. A él, que suscribe la interpretación neobarroca de diversos fenómenos de la cultura y del arte recientes, generalmente asumida (postmodernidad en estado puro), le honra ser tan buen conocedor del Barroco. De hecho, algunas de las citas contenidas en esas páginas, como los estudios de brazos (a lo Goltzius) de Giacomo Franco, pueden rastrearse en algunas de sus propias imágenes.

Este texto, como los anteriores, servirá para estudiar las raíces y los estímulos del Juan Moro grabador, pero su dimensión va más allá; la proyección del libro sobre su propia persona no deja de ser una cuestión circunstancial. El valor intrínseco radica en que está argumentalmente construido para reivindicar para el grabado (o para la ilustración en el más amplio sentido que demanda la pluralidad técnica actual) una condición de igual entre las artes plásticas. A eso es a lo que se refiere el título: La ilustración como categoría. Ataca, por tanto, la discriminatoria clasificación que, al menos entre nosotros, continúa calificando a esas manifestaciones artísticas como aplicadas, útiles o industriales, accesorias y dependientes en definitiva.

Quiero hacer valer aquí, enfáticamente y para ir terminando, mi punto de vista, que es el del historiador del arte y que ha podido resultar excesivamente intrusivo en los párrafos antecedentes, para calibrar la dimensión historiográfica del objeto de esta glosa. No es un paragone renacentista, ni una querelle ni un discurso apologético barrocos, pero ésos son los ilustres antecedentes de este ensayo contemporáneo. Como aquéllos, busca la reparación de una injusticia histórica, sólo que no referida a la pintura con relación a la escultura (enmendada y hasta hipercorregida por la última modernidad), sino, en todo caso, a la ilustración con relación a la pintura. Y como aquéllos, está llamado a formar parte de la categoría que los historiadores denominamos fuentes para la historia del arte, fundamentos, si se prefiere.

A vueltas con el arte y el conocimiento, Juan Martínez Moro destila mucho de lo segundo a lo largo de las páginas escritas (lo otro lo hallaremos en su yo creador) y lo pone al alcance de artistas, críticos, historiadores y todos aquellos espíritus inquietos que se sientan atraídos por las imágenes bidimensionales en sus manifestaciones más vivas. Éstas no han de ser siempre, como nos han querido hacer creer, las que «alcanzan» a manifestarse sobre pared, tabla o lienzo, como si eso fuera la aspiración apriorísticamente óptima. ¿Por qué no realizar la lectura inversa y plantear que no es que haya obras que no llegan a eso sino que en realidad lo trascienden? En ese sentido, Martínez Moro ha escrito un libro sobre los contenidos no escriturarios de los libros, aportando a la coherente línea editorial de Trea un complemento precioso. Y de ahí, en adelante, porque le abrirá los ojos, a quien esté dispuesto a leerlo, para que rastree la pregnancia del venerado libro ilustrado en formatos más noveles pero menos distantes de lo que pudiera parecer.

Javier Gómez Martínez
Universidad de Cantabria

Post scríptum: este libro fue presentado en el Museo de Bellas Artes de Santander por Javier Díaz López, profesor de la Universidad de Cantabria, el día 8 de noviembre de 2004.