Bajo el lema general EGO – ECO Juan M. Moro construye un mundo de imágenes de raíz netamente simbólica y de plasmación visual emblemática, relacionadas formalmente o bien con un pasado histórico lejano, como algunas acumulaciones de planchas de retratos renacentistas, tabulae scalatae barrocas y ciertos emblemas e ingeniosos juegos poéticos de los siglos XVII y XVIII, o bien con un pasado más inmediato de procedencia conceptual y tautológica y en determinados casos de clara raíz pop warholiana. Mundo de imágenes que construye con técnicas mixtas, en las que se combinan el grabado calcográfico con otros medios plenamente modernos como los informáticos, el plotter de corte y la impresora de chorro de tinta, así como la xerografía. Con todo ello conforma un código de imágenes plenamente actual, que a su vez crea y transporta un pensamiento poético profundo y condensado, por medio de fragmentos, repetición continuada de una misma imagen, registros que se contraponen, símbolos que se enfrentan semántica mente, juegos de modernas e imágenes que apuntan significados para una iconografía tan personal como enlazada con los problemas del hombre de fin de siglo. De ahí la utilización amplia del lema EGO – ECO, en el que resuena lejanamente el mito de Narciso, del hombre frente a sí mismo, de su afirmación como individuo, pero necesaria e ineludiblemente relacionado con la multiplicidad estandarizada de la sociedad moderna.
Multiplicidad y uniformidad que son laberínticas, pero sin centro ni escapatoria posibles, en las que el individuo se ve inmerso y obligado a una constante confrontación tanto consigo mismo como con el entorno, el uno frente a la despersonalización de lo incontable y el uno frente a su propia negación, muerte o suicidio, castigo, desesperanza y destrucción, y para cuyo mensaje Juan M. Moro utiliza un código de símbolos visuales y registros semánticos y disposiciones compositivas en absoluto enfáticos, sino, por el contrario, claramente ordenados por una cuasi fría y distante expresión irónica tan cercana de la poesía visual hermética de Marcel Broodthaers como del conceptualismo más lírico y naturalista de Edward Ruscha, además de los guiñas neopop, antes citados.
Juan M. Moro se nos muestra ahora, por consiguiente, mucho más temático y plástico que en ocasiones anteriores, quedando dominadas y reducidas a lo específico de su función de vehículos o instrumentos las cuestiones puramente técnicas y por cuya sola acción reflexiva se trascienden, adquiriendo una nueva función metalingüística. Código y mensaje son, pues, los campos sobre los que se centra su actual trabajo, muy consciente de que así debe ser su acción como grabador de hoy en día, si pretende una dignidad y una supervivencia para un ámbito de las artes visuales poco menos que depreciado por su propia característica principal de multiplicidad, y a la que se ha abonado toda clase de intrusos de muy variada procedencia, siendo precisamente la función poética la que más se ha resentido.
Fernando Zamanillo Peral
Diciembre de 1999.